miércoles, 7 de noviembre de 2012

Tras 343 años permiten visitar las catacumbas





Una cripta de piedra se abrió para dejar al descubierto un secreto que durante cientos de años muchos sacerdotes guardaron. Allí, debajo del piso de la Capilla de Villacís, ubicada en la iglesia de San Francisco, se evidenció la existencia de 15 criptas,14 lápidas y 6 fosas comunes. Una de ellas es la de Francisco Cantuña, quien construyó el monumental atrio.
Fue en el 2009 cuando en trabajos de mantenimiento del piso de la iglesia, los obreros se percataron de la existencia de una puerta. De ahí a la fecha se han realizado trabajos de mantenimiento y protección, hasta que se permitió el acceso a la ciudadanía, pero solo por siete días, hasta mañana.
Uno de los guías  del museo indicó que tras el sorpresivo encuentro, los objetos y espacios sepulcrales del templo  fueron puestos bajo custodia.  Porque sabido es que el subsuelo del santuario, como el de muchos conventos, iglesias, hospicios y otros lugares sacros, fue utilizado para enterramientos; pero aquí tienen criptas completas donde constan sus principales y familiares”, manifestó.
Al ingresar a la iglesia, al fondo, a mano derecha, se encuentra la Capilla de Villacís, donde solo eran velados los frailes franciscanos. A un costado se encuentra una puerta de piedra que pesa una tonelada y que data de 1669. Detrás de ella se guardan muchos vestigios de los nobles criollos de la época colonial. En la entrada hay que bajar dos escalones. Algunas velas encendidas en la oscuridad permiten divisar los huesos y cráneos de personajes nobles de la época. Hay escritos en latín que relatan el año (1669) de la creación.
En el siglo XVII los patios del templo y los alrededores fueron utilizados como cementerio. “Este  sitio ha sido considerado el primer camposanto de la ciudad”. 

Texto Silvia Vásquez


















lunes, 5 de noviembre de 2012

La fabricación de ataúdes, actividad poco conocida


Son pocas las personas que se dedican a esta tarea. En Quito hay un taller en el sur, que ha ganado prestigio



Las funerarias y salas de velación de Quito tienen un sitio para la provisión de ataúdes cuando tienen que ofrecer servicios funerales. “Los diseños y la calidad nos permite ser los escogidos”, dice Gloria Calero. Ella es la propietaria del mencionado lugar ubicado en el sector de Chillogallo, al sur de la ciudad, en donde desde hace 30 años fabrica exclusivamente ataúdes y cofres mortuorios. El negocio lo montó hace 50 años mi padre, tras su muerte heredé el compromiso de mantenerlo como fuente de ingreso económico familiar y no descuidar la calidad de los productos”, menciona. Calero, al frente de sus nueve empleados, construye, pule y vende diferentes clases y estilos de cofres fúnebres que son muy acreditados por la calidad de la madera que utilizan y por sus diseños originales, que igualmente tienen nombres muy particulares.
Tapacruz, americana, egipcia, colonial, libro, ventaneras, semicofre, columna cortinera, ministro, son algunos de los nombres con que ellos distinguen cada una de sus creaciones. Las funerarias como Monteolivo, Campo Santo, Memorial y otras tienen sus propias bodegas donde guardan piezas de todos los modelos para sus clientes, dijo Gloria. Es triste decirlo, pero la violencia que se vive crea mayor demanda”, comentó Calero, quien no quiso hablar de precios porque ella entrega al por mayor a las funerarias. Carlos Rodríguez es el encargado de cortar la madera. Él comentó que para ellos no hay mucha diferencia con lo que es fabricar muebles; el trabajo y el proceso es el mismo en una carpintería.
La única diferencia es el resultado de los objetos, dijo, al precisar que este local se especializa en cofres fúnebres de cualquier medida. Cristian Bermeo es el yerno de Gloria y desde hace tres años se encarga de armar los cofres,  corta, ubica piezas y deja listos para que vayan al siguiente proceso.
Wilson Vera lleva 30 años como ebanista en este sitio, aseguró que todo depende de la selección de una buena madera para trabajar.
El secado de las tablas es fundamental para que la madera no se raje ni se tuerza”, indicó este operario, quien además es el encargado de pulir, lacar y dar brillo a las creaciones.
En este taller se fabrican 20 ataúdes a la semana y el trabajo es  arduo todos los días. Tienen reservas en sus bodegas, entregan a funerarias locales y de otras provincias.
Texto. Silvia Vásquez