lunes, 28 de diciembre de 2009

48 horas en la frontera



Soldado que sobrevive en la selva

48 horas en la frontera

Entre el lodo y la vegetación, los soldados hacen patrullajes y en ellos viven de su instinto y experiencia para aprovechar los recursos de la selva.


Los soldados están alertas las 24 horas al día. Ese es el reto de varios periodistas y fotógrafos en la frontera norte. Bajo las reglas militares deben usar camuflaje, botas y cargar una gran mochila. Viajan en dos helicópteros: Súper Puma, de fabricación francesa, y en un ruso MI. El destino: la base de entrenamiento en Viche, a orillas del río Blanco, al norte de la provincia de Esmeraldas.

Con el equipo al hombro los invitados entran a la selva que a la mayoría le resulta incómoda e infranqueable por la humedad y el fango en la pica. El lodo y la vegetación se pegan y rasgan los uniformes. Alguien resbala y cae, todos ríen, pero se preocupan, es cansado transitar por el sitio, el uniforme ayuda pero estorba mientras el calor se hace cada vez más insoportable.

40 minutos después el teniente Ember Castellanos, al mando de su patrulla, intercepta al grupo y explica su organización y las habilidades del soldado. Habla de armamento, de logística y explica la necesidad de un campamento nocturno en la selva.

En esa tarea los militares son expertos al armar carpas tipo iglú, bohíos y colgar hamacas similares a un toldo a 60 centímetros del piso para evitar el ataque de animales y del enemigo. “El soldado debe aprender a convivir con el medio y ser parte, respetándolo y aprovechando sus bondades para sobrevivir”, dice el sargento instructor William Sánchez.

El grupo de periodistas está agotado y con hambre, pero atiende las charlas. El nuevo ánimo viene de la voz de Julio Guerrero, héroe del Cenepa, quien muestra las plantas que usan los soldados para sobrevivir: ajo de monte para el mal aire, bálsamo para la gripe, musuango para no envejecer, chuchuguazo para la artritis, etc. Bromean con las plantas y los brebajes que preparó el héroe.

Caída la noche, Sánchez enseña cómo preparar los alimentos sin que el enemigo descubra la posición. Todo en una lata de atún, con velas y papel higiénico simulando una cocina enterrada. La lección fue aprendida, cada integrante del grupo se da modos y al final degusta de arroz con atún, sopa, jugo de sobre y galletas. Una merienda reparadora después de una jornada que dejó exhaustos a varios.

Todos agotados van a las carpas individuales. Poco a poco se callan los actores. Queda el ruido de aves y animales de la selva, luego el viento se confunde con el río Blanco que en medio de la noche da paso al de los ronquidos de los aspirantes a soldados.